El concepto de capital social, aunque no es atribuible exclusivamente a un autor, encuentra un robustecimiento en la propuesta de Robert Putnam, y se presenta como una herramienta potencialmente valiosa para abordar dilemas relacionados con la participación y la cohesión social. Putnam concibe el capital social como un recurso basado en las relaciones, que facilita la cooperación y la coordinación para un beneficio mutuo. Los grupos sociales pueden beneficiarse enormemente de un enfoque renovado sobre el capital social que se centre en la creación de redes de reciprocidad, la confianza y la participación cívica para la generación de procesos de acción colectiva.
Tomemos,
por ejemplo, el caso de Italia que Putnam estudió. Comparó diferentes gobiernos
regionales con similares características organizativas, pero con culturas y
geografías distintas. Algunos gobiernos mostraron mayor calidad de gestión y
satisfacción ciudadana ¿cuál fue la clave de su éxito? Una fuerte tradición de
"compromiso cívico", visible en la presencia de coros, círculos
literarios, clubes de fútbol, entre otros. En contraste, Putnam destaca que,
durante el siglo XX en Estados Unidos, se experimentó un declive en la
participación cívica y en la confianza social. Sin embargo, en aquellos lugares
con mayores niveles de capital social, se registraron menores tasas de
delincuencia, más tolerancia, menos desigualdad y una mayor sensación general
de felicidad.
Ahora
¿cómo podemos aplicar estas lecciones a Costa Rica? Primero, debemos reconocer
y fortalecer los vínculos entre las personas en los espacios locales buscando
fomentar la participación cívica y la organización ciudadana. Esto implica
apoyar las diversas formas mediante las cuales los costarricenses ya están
creando capital social, ya sea a través de asociaciones locales, clubes
deportivos, grupos de arte y cultura, entre otros. Lo expuesto implica un
trabajo desde espacios ligados a la sociedad civil debido a los retos
sustantivos de la participación.
Costa
Rica, pese a los notables logros que ha experimentado en términos de desarrollo
humano, exhibió en el 2013 la tasa de participación ciudadana más baja en toda
América Latina y el Caribe. Lo expuesto, fue evidenciado en el Informe Nacional
de Desarrollo Humano (INDH) del año 2013 del Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD). Dicho informe expuso que únicamente un 14.4% de la
población costarricense se encontraba integrada en grupos deportivos, un 13.9%
participaba en asociaciones locales, un escaso 5.7% estaba activo en gremios
profesionales y un 2.3% se involucraba de forma activa en partidos políticos.
Se
percibió una marcada tendencia a delegar la responsabilidad de lo colectivo al
Estado, lo que supone una transferencia de deberes y funciones de los espacios
barriales hacia las instancias gubernamentales. Además, se identificó una
preferencia notable por evitar compromisos que sean percibidos como complicados
o que impliquen una obligación a largo plazo, lo cual puede estar limitando la participación
ciudadana en actividades de naturaleza colectiva y cooperativa.
El
fortalecimiento del capital social en Costa Rica implica no solo fomentar una
participación cívica más amplia, sino también superar los dilemas de la acción
colectiva, entre los que se incluyen, la desigualdad social, la segregación, la
discriminación, y el declive de la participación cívica. El desafío se vuelve
aún más crucial cuando consideramos la composición diversa de la sociedad
costarricense. Costa Rica es hogar de comunidades binacionales,
transnacionales, híbridas y multiculturales, lo que añade una capa adicional de
complejidad a los desafíos de la participación cívica y la construcción de
confianza y reciprocidad.
Fomentar
el capital social en este contexto multicultural implica construir puentes
entre estas agrupaciones diversas. A través de la construcción de redes de
reciprocidad y confianza, el capital social promueve la integración y el
compromiso cívico dentro de estos grupos, supera barreras culturales y
geográficas. Así, el capital social actúa como un puente, permite la creación
de un sentido común de identidad y pertenencia, incluso en contextos de gran
diversidad cultural y étnica.
Julio Solís Moreira
Sociólogo e investigador
Publicado en: Nacion.com
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