Puentes
bailey, casas y techitos de un país provisional, platinas desgastadas,
políticas coyunturales sin peso institucional, actos de corrupción por doquier,
desmantelamiento de los servicios públicos y bienes comunes destrozados,
regulaciones ineficientes en materia de gestión pública, obra pública mal
construida por el estado y las concesionarias, cobro ineficiente de los
tributos, ventajas para los ya favorecidos, inequidades y aumento del riesgo de
empobrecimiento de la niñez, etc, etc, etc.
Las evidencias
fácticas están y señalan que es imposible seguir sosteniendo el
mito “igualitario”, pero acá todavía se rasgan las vestiduras con la idea de
una “clase media” idílica, que al contrario, está desgastada y vulnerable, en
beneficio de un grupo pudiente que no le retribuye mucho a la sociedad, más que
la opulencia reflejada en el comercio de lujo, la segregación urbanística, la
estetización elitista de un “nuevo mundo a la tica” que ha llegado al siglo XXI
para ver sus logros y bienestar general caer.
Lo
común de la Costa Rica contemporánea está en los abismos, materiales y
simbólicos. Unos se sientan al lado de las latas y las letrinas hechizas de la
exclusión, mientras que algunos pueden certeramente planificar sus vidas al
lado de preciosas losas y grandes espacios ideados solo para los “sueños” del
niño de un barrio pobre. La realidad es hermosa para aquel que recibe los
beneficios del ya beneficiado, con servicios de
calidad académica, con pedagogos que cuentan de forma grandilocuente
la historia de la humanidad y el logro civilizatorio de las nuevas ideas que se
desarrollan en un abismo enrejado, entre unos ciudadanos y los otros,
unos que tienen la seguridad de trabajar y acceder a los lujos de la opulencia,
mientras que están aquellos que reflexionan sobre el temor y la incertidumbre
del hoy, de pensar en que comer y como lograr sobrevivir para reproducir esa
supervivencia en la lucha de los más “meritorios”.
La
justicia de unos en los derechos de diferencia de otros, hace evidente una
advertencia: la inhumanidad que camina del lado de las “mejores intenciones”.
Es capaz que algunos tengan una movilidad ascendente nos más que al “reino de
los cielos”, porque no les dio la energía para comprender el porqué del empleo
en plena decadencia, el trabajador
pobre, la informalidad y
la precarización
laboral, fenómenos que son “simples” externalidades del mercado, según el
punto de vista de unos gerentes del desarrollo que aspiran a una “inclusión” a
medias.
Al
final del camino observamos la inseguridad de ser humanos en una sociedad donde
se distribuyen los problemas a los incluidos precariamente y se vigila a los
sectores vulnerados, en caso que no cumplan con las reglas de un todopoderoso
mercado.
Julio Solís Moreira
Sociólogo e Investigador
12/11/1
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