Publicado en Ssociologos 15 de mayo de 2016.
Fuentes de referencia:
El mundo social deviene de un
hecho fenoménico y aparente, el reconocimiento del otro, esto como la
posibilidad material del encuentro. Ha de añadirse también la potencia de la
comunicación como una fuerza que conjunta la reciprocidad de perspectivas
intersubjetivas de los individuos que enriquecen el sentido y el lenguaje
compartido en prácticas sociales. El reconocimiento social como categoría y
principio, es una condición que se sostiene sobre la apariencia de la necesidad
del otro que estaría predispuesta a nuestros sentidos en el espacio vivido.
La presuposición expuesta
situaría al sujeto a un constante contacto en el mundo del diario vivir, tal
constancia históricamente se ha institucionalizado en la esfera y el espacio
público, escenarios de relacionalidad cuya potencia implica el fortalecer el reconocimiento
del otro y los derechos a ese reconocimiento. La potencialidad del espacio
público es fundamental en la vida urbana en tanto supera la inmediatez de la
vivencia individual.
Si
el mundo ha de incluir un espacio público, no se puede establecer para una
generación y planearlo sólo para los vivos, sino que debe superar el tiempo
vital de los hombres mortales. Sin esta trascendencia en una potencial
inmortalidad terrena, ninguna política, estrictamente hablando, ningún mundo
común ni esfera pública resultan posibles. (Arendt, 1993, p.64)
Si bien, el reconocimiento y los
espacios públicos son centrales, no se consuman concretamente o de manera
definitiva debido a ciertas rupturas, entre ellas, los procesos de
individualización, los agrupamientos cerrados o las formas de organización
social que no aspiran al acceso inclusivo de los ciudadanos a sus esferas.
Tal reflexión reafirma el dilema
del reconocimiento en los contactos sociales, su fuerza o debilidad en el
espacio, particularmente en los espacios urbanos, donde los individuos se ven
arrojados a una vorágine de estímulos, de encuentros y desencuentros. Ante esos
procesos, algunos grupos sociales se organizan, alejándose intencionalmente
(segregación) de otros grupos.
Sennett (2002, p.78) reflexiona acerca
de esas distancias, planteando la forma en que algunos grupos se alejan de
otros en búsqueda de una “identidad purificada”, tal mecanismo implica
enfrentarse al supuesto desorden de la vida social creando una visión y una
identidad comunitaria unificada (homofilia), casi a modo de una adolescencia en
el proceso de agrupación micro-social, alejándose de las experiencias sociales
existentes fuera del grupo primario[1].
La
ilusión retenida por los adolescentes cautivados por el deseo de una identidad
purificada es que ellos escogen una rutina coherente y segura, con conocimiento
y experiencia de todas las alternativas de la seguridad. No hay ningún motivo
para que las personas que han aprendido semejante técnica de evitación en sus
particulares vidas, no aprendan como adultos a participar juntos. Las
experiencias públicamente dolorosas, las situaciones sociales desconocidas
llenas de posible sorpresa y reto, pueden ser evitadas gracias al común
consenso de una comunidad en creer que ellos conocen ya el significado de estas
experiencias y han extraído las lecciones de ellos conjuntamente. (Sennett, 2002, p.80)
Tal aspiración de purificación es un anhelo de
vuelta a lo conservador que se potencia con el aislamiento físico, que además
procura la protección de la identidad del grupo, en un tipo de acción colectiva
ahora enfocada a la protección e integridad frente a un mundo atemorizante,
desordenado, diferente y no tolerable.[2]
La
defensa de la comunidad se erigirá sobre el mito de la solidaridad grupal,
cuando ésta es más producto del miedo, la inseguridad y del temor a lo
desconocido, que de las relaciones sociales. (Gurrutxaga, 1993, p.211)
Así la predisposición o las reacciones sociales de
agrupamiento cerrado tendrían consecuencias no deseadas en la conformación de
los grupos, lo que a posteriori implicaría un desencadenante conflictivo entre
la vida pública y la vida privada, última que se reafirmaría en la intimidad y
por tanto en la individualidad como carácter predominante por sobre el carácter
colectivo. Tal condición de organización social la pondría en evidencia Sennett
(1978) con su texto “El declive del hombre público”.
El espacio público muerto es una razón, la
más concreta, para que las gentes busquen en el terreno íntimo lo que se les ha
negado en un plano ajeno. El aislamiento en medio de la visibilidad pública y
la enfatización de las transacciones psicológicas se complementan mutuamente.
Hasta el extremo, por ejemplo, de que una persona siente que debe protegerse,
mediante el aislamiento silencioso, de la vigilancia que los demás ejercen
sobre ella en el dominio público y lo compensa descubriéndose ante aquéllos con
los que quiere establecer contacto.(p.25)
Las nociones presentadas
ratifican el dilema del reconocimiento en el espacio público, elementos
vinculados al problema del agrupamiento social cerrado como una disposición que
logra controvertir la conformación social colectiva. Estos mecanismos de
organización autorreferenciales tienen además incluidos no solo la intención de
apartamiento social, sino que incluyen el poder de aquellos que relegan a los
grupos considerados exógenos, tal repulsión termina en el sostenimiento de
estigmas y formas de rechazo social.
Para reafirmar tales
comportamientos se puede hacer uso de la reflexión de Elias (1997) acerca de
“Las relaciones entre establecidos y marginados”, en la cual hace uso de un
estudio sobre una comunidad inglesa suburbana llamada Winston Parva, donde
había un grupo de vecinos establecidos hace varias décadas y una zona de
vecinos nuevos que eran rechazados y estigmatizados, encontrándose así una
referencia a grupos que constituyen normas comunitarias purificadas enfrentadas
a otros grupos que terminan siendo prejuiciados.
La
similitud de las pautas con que grupos imponentemente poderosos estigmatizan a
los respectivos grupos marginados en todo el mundo -una similitud por encima de
todas las diferencias culturales- puede, a primera vista, resultar un tanto
sorprendente. Pero los síntomas de inferioridad humana, que un grupo poderoso
de establecidos percibe más directamente en los miembros de un grupo marginado
menos poderoso y que a sus miembros les sirven de justificación de su propia
elevada posición y de demostración de su propio valor superior, por lo común se
generan en los miembros del grupo inferior -inferior en cuanto a su potencial
de poder- por la sola condición de su posición marginal y debido a la
denigración y opresión concomitantes. (Elias, 1997, p.98)
Lo expuesto
representa un hecho, el comportamiento -situado espacialmente- de las
agrupaciones cerradas aparece como respuesta de purificación, segregación,
conflicto y fractura del entorno urbano frente a diversos grupos sociales
representados negativamente. En ese proceso se daría la constitución de
dispositivos de denigración espacial, definidos por Wacquant y otros (2014,
p.231) como procesos simbólicos en los cuales los grupos sociales poderosos y
establecidos se enfrentan abiertamente a las pautas de reconocimiento social y
a la creación de espacios públicos, esto tendría consecuencias reales en los
grupos segregados, afectando sus capacidades de acción colectiva, corroyendo el
sentido de arraigo, desprestigiando a ciertas zonas de la ciudad, afectando la
oferta de servicios en los lugares estigmatizados como violentos (las y los
funcionarios de los servicios públicos tendrían miedo de entrar a los lugares
denigrados), todo esto reforzando la marginalidad por un lado y por otro
reafirmando socialmente a los agrupamientos que buscan purificar la ciudad a
través de la edificación de espacios cerrados y defendibles frente al “desorden
urbano”.
Fuentes de referencia:
Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona,
Paidós, 1993.
Elias, Norbert. «Ensayo teórico sobre,
las relaciones entre establecidos y marginados.» En La civilización de los padres y otros ensayos, de Norbert Elias,
79-139. Bogotá: Editorial Norma S.A, 1997.
Gurrutxaga, Ander. «El sentido moderno de la comunidad.» Reis: Revista española de investigaciones
sociológicas, 201-222, 1993.
Sennett, Richard. El declive del hombre público. Barcelona, España: Ediciones
Península, 1978.
Sennett, Richard. Vida urbana e identidad personal: los usos del desorden. Barcelona,
España: Península, 2002.
Wacquant, Loïc , Tom Slater, y
Virgilio Borges. «Estigmatización territorial en acción.» Santiago, Chile: Revista INVI 29, nº 82, 2014.
[1]
“Esta misma proyección de solidaridad comunitaria,
opuesta a la experiencia comunitaria, me chocó fuertemente al mirar en la
cadena de acontecimientos que condujeron al desahucio de una próspera familia
negra de un lujoso suburbio en las afueras de una ciudad del Midwestern. En este
suburbio, la tasa de divorcio era casi cuatro veces mayor que la de la media
nacional, la tasa de delincuencia juvenil comenzaba a aproximarse a la de los
peores distritos de la ciudad a la que pertenecía el suburbio, la incidencia de
hospitalización por colapsos emocionales era frecuente. Con todo, las personas
de la comunidad se unieron en una gran exhibición de fuerza para arrojar a la
familia negra de su casa a los tres días de haberse trasladado ésta porque los
residentes dijeron, entre otras cosas, que «somos una comunidad de familias
sólidas» y «rechazarnos la clase de gente que no puede mantener sus familias
unidas». «Es un lugar feliz y tranquilo —dijo un residente— y el carácter de la
comunidad tiene que mantenerse unido». La importancia de este incidente no es
simplemente que los residentes del suburbio mentían descaradamente, sino que
mentían de esta particular manera. Algunos escritores han argüido que tal
«inseguridad» figura en la raíz de esta necesidad de una imagen de comunidad,
de «nosotros».”
(Sennett, 2002, p.74-75)
[2]
“Por un acto de voluntad, una mentira si
lo prefieren, el mito de la solidaridad comunitaria confiere a estos individuos
modernos la oportunidad de ser cobardes y engañarse mutuamente.” (Sennett,
2002, p.76)
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